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La pandemia, el estallido social y la sostenibilidad cultural

Publicado el Sunday, 18 July 2021, en Divulgación académica, Destacados

La crisis del capitalismo por su afán de convertir lo inconvertible en mercancías, de reducir la cultura y sus manifestaciones a objetos desconectados de los contextos sociales, a separar de forma excesiva y dañina a creadores y consumidores, ha generado una crisis de sentido de lo más íntimo y fundamental en la cultura como nexo social.

 

Escrito por: David Lozano Moreno
Profesor Universidad Nacional de Colombia

Esta disolución del sentido original de la cultura como nexo ya fue anunciada tiempo atrás en los años cuarenta en el capítulo sobre La Industria Cultural de la Dialéctica de la Ilustración de Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, que lleva por título La industria cultural: Ilustración como engaño de masas. Este ensayo estaba dirigido a alertar sobre la creciente influencia de la industria del entretenimiento, la comercialización a destajo del arte y la uniformización totalizante de contenidos de ciertas formas de la cultura en países con alto grado de desarrollo, en especial Estados Unidos"1.

La pregunta obvia es: ¿qué ha pasado sobre estas alertas y cómo el cambio de industria cultural a industrias creativas y culturales hacia un determinismo económico ha moldeado los contenidos y tergiversado la noción de arte y cultura? A esta pregunta en tiempos de crisis exacerbada por el capitalismo salvaje y las formas del neoliberalismo se suma otra pregunta que está en el título de este ensayo: ¿cuál es la sostenibilidad de la cultura en época de pandemia y de estallido social

La pandemia ha agudizado y dejado descarnadamente al descubierto la contradicción insostenible del capitalismo. En nuestro caso, ha evidenciado el proyecto fallido de la economía naranja al determinar que la realización cultural se da por la capacidad de consumo de unas élites privilegiadas que acceden de forma preferente a formatos homogéneos y excluyentes. Es bueno mencionar que una buena parte de la actual producción artística y cultural se ha sometido a estas demandas y tensiones que impone el mercado de objetos, por lo que se ha subordinado a intereses económicos, ha perdido su rumbo, se ha vuelto complaciente con la cultura a la demanda y a su vez se ha alzado a favor de las élites culturales. 

Hoy todas las formas de producciones culturales, las que sobreviven por el mercado o por financiamiento de los recursos públicos, están en un estado de alerta extrema de crisis declarada. Toma forma en este momento la pregunta sobre la incertidumbre de la sostenibilidad de la cultura y la pervivencia de los artistas y colectivos culturales y artísticos. Se vuelve dramática la situación de ciertas formas de la cultura al constatar la desaparición de muchos grupos, salas y escenarios que ya se debían sortear precariamente y con muchas dificultades con la escasez de recursos, la debilidad de su propia gestión y la desatención en la priorización del gasto hacia la educación y la cultura por parte del los gobiernos locales y nacionales.

En este momento de pandemia, la crisis es doble: por un lado, la crisis de sentido en la producción cultural. La falta de públicos y asistentes para quienes se crea y genera contenidos modifica y rompe la relación necesaria de la experiencia cultural como lenguaje, como comunicación para compartir sentidos. La función del arte y la cultura es la de posibilitar el nexo y a su vez convertirse en nexo social. De otro lado, la crisis de su sostenibilidad financiera. Los creadores, sabedores, agentes culturales, gestores y artistas, así como otros sectores de la sociedad, han entrado en una crisis profunda de ahogo económico y sus proyectos de vida laboral, personal y familiares se han visto presionados por la falta de sostenibilidad económica. Es una doble crisis que lleva a una doble incertidumbre: no tener públicos y no tener recursos. 

El lugar concebido de la cultura está en crisis. Los telones se bajaron, las salas cerraron, las audiencias cayeron y nos hemos visto enfrentados como única alternativa a generar contenidos en las pantallas que aplazan la experiencia cultural. Por ello se produce otra barrera que ha limitado y transformado la experiencia sensorial en el arte, referida a la forma en cómo los cuerpos se relacionan a través del objeto artístico o cultural, y el poder del cuerpo y su capacidad sensible de permear las subjetividades en los colectivos humanos. 

No hay mercado para la obra de arte, y si lo hay está provisionalmente refundido. Es así porque no avizoramos la dificultad en la relación entre los creadores y los compradores o consumidores. Cuando el ser humano lucha por su subsistencia básica y por establecer sus prioridades, hay un retraimiento y una minimización del papel del arte y el papel de la cultura en la medida en que son vistas de forma superflua, no prioritarias. Este retraimiento es real, mas no la función del arte en tiempos de crisis.

Entonces ¿cuál es el camino que debe tomar del arte y la cultura para su sostenibilidad ante la posibilidad de un retraimiento fuerte y ante el peso de la realidad? Con esto se abre otra pregunta: ¿contra qué tiene que verse el artista en este momento? Hay que ser lo suficientemente versátil y creativo para decir –bueno, no hay mercado, entonces: ¿dónde estoy o cuál es mi lugar, cómo subsistir en tiempos de crisis?–.

Ante esta crisis, el estallido cultural que ahora se expresa en las calles pone al arte y a la cultura con los pies en la realidad, por lo que debieron retornar a su función de ser un vector vital para el cambio. Al artista en este momento corresponde retomar la senda, asumir su función esencial como trabajador de la cultura, sin más privilegio que su propio hacer, sujeto de derechos y deberes, una especie de sujeto social que tiene que demostrar su importancia en el campo social. Ha debido juntarse con su sector y otros sectores sociales para reclamar sus derechos, como un ciudadano cualquiera que hoy de forma evidente es vulnerado en sus necesidades más básicas. 

No está en crisis la cultura sino el lugar al que la hemos llevado. Afortunadamente, el despertar de los movimientos sociales generó otras formas de expresión en contraposición con la cultura como espectáculo. Formas de expresión más cercanas a la gente de a pie, resonantes con los entornos barriales y comunitarios, más espontáneas y con una alta carga simbólica y de crítica. 

Frente a todos estos panoramas, lo más complicado sería decir cuáles son las salidas que deben tomar los artistas y los gestores culturales. Hay pocas opciones: la de insistir en una cultura a la demanda y para complacer a las élites creativas, o la de mirar más de cerca las maneras de humanizar la cultura y ponerla de lado de los derechos. La lección es aprender del momento actual. La gente está en un proceso de organización para tratar de responder a las crisis desatadas por la pandemia y a su vez a la crisis social de nuestro país. Lo que está en riesgo con todo esto es la relación con el otro, es decir, con lo común. Esto es lo fundamental, lo que está supremamente resquebrajado. 

Si bien esa noción de lo común se marginalizaba frente al privilegio que suponía el mercado, hoy volvemos a poner los ojos en formas más participativas y colaborativas que han estado paradójicamente siempre allí: en lo comunitario de nuestras culturas ancestrales y populares, cuyo motete ha sido el de culturas minoritarias, de periferias o baja cultura. Culturas de resistencia por ejemplo, desde las comunidades raizales, de las palanqueras, de comunidades negras, comunidades del Pacífico o las culturas campesinas, donde siempre ha habido una resistencia a ser homogeneizados y se han organizado para hacer valer sus derechos.

Se llama a vencer los estereotipos y aprender de la juntanza cultural. El camino es el saber común acerca de los aspectos culturales. Naturalizar la cultura es empoderar a las comunidades como sabedoras de sus destinos y dueñas de su espacio cultural. La pérdida de conocimientos de pueblos enteros es el resultado de la desnaturalización de la cultura y su transformación en mercancías por el neoliberalismo. Por ello, en contraparte urge relocalizar la cultura hacia el bienestar del ser humano, que ponga en valor su patrimonio y su entorno natural, todo en equilibrio sustentable con el medio. 

A un estallido social, un estallido cultural. Nuevas visiones, nuevas formas de concebir el lugar de los artistas y de los hacedores de cultura como ejes fundamentales para trazar nuevos rumbos. Toca entonces a la sociedad y a los gobiernos ser correspondientes con valorizar el trabajo comunitario y colectivo de los artistas bajo una visión humanista más justa, que reconozca el papel fundamental del artista y que permita retomar la cultura como transgresora y transformadora de la propia sociedad hacia algo más viable y sostenible. Toca a los artistas y hacedores hacer valer sus derechos. 

  • 1Buden, Butler, De Nicola, Holmes, Kastner, Lazzarato, Lorey, Nowotny, Raunig, Roggero, Sánchez, Steyerl, transform, Vecchi, Osten. (julio 2008). “PRODUCCIÓN CULTURAL Y PRÁCTICAS INSTITUYENTES.” Traficantes de Sueños. Madrid-España.

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    Las opiniones contenidas en este artículo no expresan la posición institucional del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia.

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